martes, 17 de noviembre de 2015

Leyenda del maní Mandubí.


Un hombre salió a cazar porque les apuraba el hambre a él y su familia. Estuvo vagando mucho tiempo en el monte sin hallar pieza alguna de las que acostumbraban atrapar; se aproximó al río y tampoco tuvo suerte con la pesca. El sol había caído bastante, motivo por el que tuvo que emprender el regreso; volvía triste porque estaba con las manos vacías. Al llegar a la puerta de su choza advirtió que su mujer y sus hijos también habían salido a buscar cosas de comer; todavía no habían vuelto. Pero, en la puerta de la casa había una hermosa joven, de largos cabellos negros, tan largos y abundantes que le cubrían el cuerpo desnudo. La muchacha peinaba su cabellera lenta y suavemente. El hombre, sorprendido, le preguntó quién era y qué hacía allí; la mujer, con dulce sonrisa le contestó: — He venido a ayudarte para que tengas comida siempre. Por eso peino mis cabellos. Y, mientras así hablaba, continuó arreglando la hermosa guedeja que parecía realmente un vestido por lo abundante. De pronto fueron apareciendo, por arte de magia, unas vainas cortas y gruesas de color pardo. A medida que pasaba el tiempo la cantidad de vainitas aumentaba entre los cabellos. Pronto con ellas se hizo un apreciable montón. Las tonalidades rojizas del sol en el horizonte anunciaban su próximo ocaso. Ante la admiración del cansado hombre, la cantidad de canutitos de maní aumentaba en volumen de manera prodigiosa. Finalmente terminó por ocultar completamente a la misteriosa mujer que, así, desapareció. Antes de irse, sin embargo, recomendó al asombrado mosetén, que tostara los granos y los cuidara de los ratones porque, el día que esos animalitos metieran el hocico en el delicioso fruto, el encanto desaparecía y los hombres podrían sentir hambre otra vez. Cesó el momento del encantamiento. Se escucharon voces de gente que se acercaba a la choza. Llegaron luego, la mujer y los hijos del mosetén, extenuados por la larga y casi infructuosa jornada. Todos quedaron sorprendidos de hallar al jefe de la casa radiante de felicidad; se maravillaron más aún de la historia que les refirió. Pasó el tiempo y, por un descuido de la familia, los ratones se comieron parte del maní que guardaban en la casa, perdiendo, éste, la fuerza de reproducir la parte que se utilizaba. Resultó entonces que el montón mágico decrecía. Cuando no quedaba sino unas cuantas vainitas, decidieron cultivarlas para evitar que se acabara definitivamente. De ese modo nació la agricultura y, los Mosetenes, aseguraron la existencia de un recurso alimenticio llamado maní.

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