Los que saben de estas cosas cuentan que, hace más de mil años, los guaraníes iniciaron una larga migración hacia el sur desde el corazón de las selvas sudamericanas: quizás desde la meseta del Mato Grosso, donde se separan las aguas que se encauzan hacia el norte, hacia las selvas amazónicas, y las que descienden hacia el sur, a la cuenca del plata; o quizás desde más al Norte todavía. Pero dejemos hablar a los guaraníes, ellos mismo nos contarán su origen.
domingo, 25 de octubre de 2015
LOS GRITOS DE LOS LOROS Y DE LOS GUACAMAYOS
Eran personas muy capaces que sabían labrar la tierra, realizar trabajos agrícolas, hilar y tejer la lana y el algodón, emplear la piedra en las construcciones, trabajar el oro, la plata y otros metales, y que poseían otros mil conocimientos muy útiles. Al llegar, observaron que en casi todas las cabañas de los naturales se tenían en gran estima y se criaban loros y guacamayos, que ponían una nota de alegría con su plumaje vistoso de tan hermosos y brillantes colores y con los graciosos sonidos que salían de sus gargantas cuando querían imitar el lenguaje de sus dueños, que era el que se hablaba en la región. Los enviados de los incas, por su parte, hablaban su propia lengua, y tuvieron que realizar grandes esfuerzos para llegar a entenderse con los naturales. Esos loros y guacamayos, que por su condición de animales domésticos ocupaban un lugar en las cabañas, asistían a las lecciones impartidas por los quichuas a sus dueños, aprendiendo ellos al mismo tiempo y gracias a las sucesivas repeticiones, el nuevo idioma usado por los extranjeros. Esta adquisición dio a esos loros y guacamayos la creencia de su superioridad sobre sus hermanos de la selva y trataron en toda forma de ponerla en evidencia. Para ello, hacían sus escapadas al bosque donde eran muy bien recibidos por los que allí vivían en abundancia. Bien recibidos y muy agasajados al llegar; no así cuando los visitantes, haciendo alarde de su sabiduría, les hablaban en quichua, lengua que los de la selva no habían oído jamás. Entonces, la cordialidad terminaba. Era el momento en que estos últimos, corrigiendo a los visitantes, empleaban su propia lengua en un tono más alto, tratando de imponerse por la potencia de su voz, ya que carecían de razón. No se amilanaban los recién llegados ante ese despliegue de energía, y ellos, por su parte, levantaban más aún la suya, con el mismo fin. Dando pruebas de su falta de inteligencia, ninguno de los dos grupos cedía, de manera que, pasados algunos instantes, aquello era una algarabía de gritos ininteligibles, cada vez más intensos y destemplados, que convertían la amistosa visita en el más original y singular de los torneos. Estos torneos recién terminaban cuando los visitantes, cargados con toda su sabiduría y presunción, emprendían el regreso a sus respectivas viviendas. Desde entonces, según cuenta esta antigua leyenda, loros y guacamayos no se han puesto de acuerdo, todavía, en sus discusiones. Es por esto que en los bosques, donde se hallan en abundancia, se sigue oyendo esa confusión de gritos estridentes con que, a falta de razón y de entendimiento, cada uno quiere imponerse a los demás.
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